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EMMA LA DULCE
Tras ser cesada como comisaria europea, Emma Bonino se perfila como un fenómeno social, con un futuro político que no descarta la presidencia italiana.
de Pilar Cernuda
“Mi país no es sólo Italia, es toda Europa. En Europa no siento que estoy fuera. Lo único que hago, si puedo, es comer italiano”.
Es tan abierta como se espera, tan menuda como se espera, tan extrovertida como se espera, tan viva como se espera. Emma Bonino es de esas personas que no decepcionan, porque responde exactamente a la imagen que se tiene de ella. En Italia se ha convertido en una especie de fenómeno social, la mujer de mayor empuje. En su etapa de comisaria consiguió que infinidad de ciudadanos europeos que no tenían ni dea de lo que significa la Unión Europea, y se pierden en su mundo de siglas e instituciones, comprendiera perfectamente que existe una política humanitaria común y que la U.E. se vuelca por igual en una Centroamérica asolada por el huracán Mitch que en Ruanda, Sierra Leona o Kosovo.
La política la ha apartado de la Comisión, pero no se ha concedido ni un minuto de desánimo: va a seguir luchando por los derechos de los más desprotegidos y, por qué no, va a continuar su vida política peleando por llegar a la presidencia de la República en Italia. Su salida de la Comisión la interpreta como un asunto de “política interna de mi páis, de equilibrio interno, donde creo que el resultado electoral provocó bastante miedo a algunos. Y entonces el gobierno, que es muy frágil, frente a un programa liberal mío y de mi partido, cuestionado por agentes sociales muy importantes, decidió que no era bueno que yo continuará en la comisión”.
Es curioso, por cierto, que un personaje de la talla de Gianni Agnelli, presidente de la padronal italiana, se pronunciara públicamente contra usted. ¿Es un hecho habitual en Italia que un hombre tan poderoso se sitúe frente a un personaje de la política?
Realmente fue singular. Imagínese qué habrían pensado los alemanes si el presidente de la Mercedes hiciera una declaración diciendo que no se podía apoyar a determinado comisario. El propio gobierno habría reaccioado para decirle que se dedicara a sus asuntos. Pero en Italia se quedaron callados. Creo que la coalición gubernamental y el propio D’Alema se encuentran en un momento de tanta fragilidad que no se atrevieron a ponerse en contra de un poder tan fuerte como Confindustria y los Sindicatos.
¿Y qué sintió al encabezar una lista que se llamaba así: “Lista Emma Bonino”, que no respondía a las siglas de un partido?
Ya hubo hace años la Lista Marco Pannella, aunque ahora era la más humanitaria, más humana, liberal, una Europa de los ciudadanos. Y encabezarla con mi nombre era mucho más un programa de futuro porque no se basaba en promesas sino en lo ya hecho. Y el nombre, en cierto sentido, daba credibilidad.
¿Su futuro político ahora?
Pues estoy en el Parlamento Europeo, más libre que hasta ahora porque dispongo de más tiempo. Y me dedicaré también a la política italiana. Tengo mucho que hacer, no estoy en el paro.
Hay dos imágenes en su biografía que nos obligaron a poner los ojos fijamente en su figura. Una, cuando visitó pro primera vez los campos de refugiados de Ruanda y, con los ojos llenos de lágrimas, lanzó un grito de rabia intentando alertar sobre el drama espantoso que ahí se vivía. Otra imagen fue cuando usted y seis mujeres más llenaron el escenario del teatro Campoamor en Oviedo al recoger su premio Príncipe de Asturias y avanzaron cogidas de la mano y levantando los brazos como para insistir en que juntas podrían conseguir cualquier cosa. Fue una escena asombrosa, de una fuerza que casi se tocaba. ¿Cómo se llegó a este momento, cómo lo prepararon, si efectivamente lo prepararon?
Yo sabía que alguna institución quería presentar la propuesta para que el Premio de Cooperación Internacional fuera para una mujer y que se estaba barajando, entre otros nombres, el mío. Hablando con más gente, pensamos que por qué no se iba más lejos, por qué no se hacía algo más, un premio colectivo. La Fundación me pidió nombres de mujeres para que los analizara el jurado y al final eligieron ese grupo, con Somaly Mam, la chica de Camboya que fue esclava y obligada a prostituirse y ahora encabeza un movimiento en defensa de los derechos de la mujer, Fatani Gailani, a quien admiro por su trabajo con las mujeres en Afganistán, Olayinkla Koso-Thomas, que lucha contra la mutilación genital… Y en mi manera de ser feminista pensé qué se podía hacer por ellas, y la posibilidad del premio Prínicipe de Asturias me parecía una oportunidad importantísima, si conseguíamos que el premio fuera para mujeres de todos los continentes, con Graça Machel y con la viuda del presidente argelino, Fatiha Boudiaf, que ha creado una fundación para defender los derechos y la libertad. Y con Rigoberta Menchú.
¿Siguen ustedes en contacto?
Claro que sí, todo el tiempo. Seguimos trabajando todas juntas de forma natural, como representantes de movimientos de mujeres. Usted provocó una gran sorpresa entre la izquierda al apoyar de forma incuestionable la intervención de la Otan en Kosovo.
Lo que critiqué es que no se hubiera hecho antes, porque nosotros empezamos a pedir la intervención militar en el 91, después de la agresión de Milosevic contra Croacia. Yo soy una liberal no violenta, no soy una pacifista y creo que cuando las armas diplomáticas no tienen efecto, al final, a veces, es necesaria la utilización de la fuerza. Tiene que haber un orden en el mundo, no se puede permitir la violación sistemática de las leyes. En los diez últimos años habían intentado todo con Milosevic, negociaciones, reuniones… y fue inútil. Sólo quedaba la fuerza.
En sus años de comisaria, ¿cuál ha sido el proyecto que le ha provocado más satisfacción política y personal?
Una crisis que podría ser considerada menor, la de Guinea Bissau, o la crisis humanitaria de norte de Malí, donde logramos solucionar la situación de los tuaregs. Desgraciadamente, los asuntos más graves y más grandes todavía son complicados de arreglar, como los de Kosovo o Bosnia. Pero en lo que tenemos que insistir es en que la ayuda humanitaria puede ser un valor, pero no una solución. Nunca podemos ser el sustituto de la falta de decisiones políticas y diplomáticas, que deben tomar los países y los organismos internacionales.
Emma ¿cómo es posible que una mujer de cultura mediterránea, y a demás tan mediterránea de carácter, de fondo y forma como usted, sea capaz de vivir en una ciudad como Bruselas?
La vida la haces donde trabajas, y te acostumbras. Evidentemente, si la Comisión o el Parlamento Europeo estuvieran en Barcelona o en Roma habría vivido mejor, pero como están en Bruselas, pues vivo en Bruselas. Por otra parte, es fácil, para vivir o para trabajar, porque es una ciudad sin tentaciones.
¿Por qué dice eso?
Pues porque llueve todo el tiemp. Y es fácil para vivir porque todo es fácil, el alquiler de apartamento, los servicios, todo funciona rápido y bien.
¿Y en qué tipo de tentaciones puede caer usted?
Huy… yo soy muy calvinista, por herencia familiar. No puedo resistirme al sol o al mar. Si me faltan, puedo llegar a sentir una necesidad física.
¿Y cuándo siente usted que está en casa?
En Roma, porque vivo en la misma casa desde el año 80, y en Bruselas, porque estoy en casa, la he arreglado pensando que es mi casa.
¿Y qué es lo que hace que una casa sea su casa?
Una terraza.
¿Y tiene usted una terraza en Bruselas?
Claro que sí, a pesar de que es una idea estúpida, pero la tengo. Es una repetición de la casa de Roma, de la misma manera que mis costumbres en Bruselas son repetición de las de Roma. Por ejemplo, a las siete y media me pueden encontrar en mi terraza con una taza de café en la mano, mirando mis flores y hablando con ellas. La diferencia es que en Bruselas, además del café, contemplo mis flores mientras sostengo un paraguas, lo que es un poco más complicado. Hace frío, y me siento helada, pero es la forma en que me despierto cuando estoy en casa.
¿Y los libros o la música no la hacen sentirse más en su país?
Es que mi país no es sólo Italia, es toda Europa. En Europa no siento que estoy fuera. Lo único que hago, si puedo, es comer italiano. No me importa comer lo que sea, pero si puedo elegir prefiero pasta, ensaladas, aceite de oliva. En cambio, en libros no soy nada italiana, leo muchos autores no italianos. Siento una pasión particular por Rosa Montero, las vacaciones del año pasado las pasé en isla Mauricio con La Hija del caníbal. Además, es muy amiga mía. El último día de campaña electoral, en Roma, vi a Rosa. No lo podía creer, había ido a presentar su libro.
¿Ha tenido que renunciar a mucho para dedicarse a la política?
No, para mi la política es una pasión, y pasión hay una sola. No se trata de renunciar, sino de elegir. Mi vida no se diferencia en nada de la de cualquiera que tenga una pasión.
¿Y no le revienta que, por el hecho de ser mujer, le pregunten mil veces si no le cuesta haber renunciado a una familia o a unos hijos, y sin embargo esa pregunta nunca se la harían a un hombre?
Es una pregunta banal, pero efectivamente me la hacen siempre. Y después de responder con mucha educación, al final siempre figo que le pregunten lo mismo a mi colega Manolo Marín. Todavía existe la idea de que la mujer en política es anormal. No un monstruo, pero sí algo especial.
Para terminar, Emma, ¿cuál es el personaje de la infinidad que ha conocido en su carrera que le ha impactado más?
Aung San Suu Kyi, la líder birmana premio Nobel de la Paz, que está aislada, sola como nunca, tan frágil pero con un coraje inmenso. La quise ver como comisaria humanitaria y la Junta militar me negó el visado, asú que nos fuimos como turistas, aunque turistas un poco raros. Pasé una noche con ella y trato de ayudarla como puedo. Hay que hacer un esfuerzo para que no olviden. A ella dedicamos el premio de Oviedo, porque el mundo no puede olvidarla. Llea siempre flores en el pelo, jazmines, y la abracé al despedirme. Me ha quedado para siempre en el recuerdo el olor de su jazmín.
“Para mí, la política es una pasión. No se trata de renunciar, sino de elegir. Mi vida no se diferencia en nada de la de cualquiera que tenga una pasión”.
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